Entre dos mundos
por
Mariela Langdon
Noche Árabe,
de
Roland Schimmelpfennig. Dirigida por Ginna Álvarez.
Con Belén Acosta, Raúl Jiménez, Leonardo Massari, Jimena Lizaso y Sergio Romero.
En el Teatro del Borde, Chile 630, San Telmo, CABA. Funciones: viernes de
Noviembre 23,15 hs. También 4 y 11 de Diciembre. Entradas: $ 120.-
Es probable que múltiples asociaciones
se disparen desde el texto de este dramaturgo alemán contemporáneo, cualquiera
sea el escenario geográfico de la representación. Nosotros podríamos establecer
relaciones con textos universales y locales, como la antigua recopilación de Las mil y una noches; o Sueño
de una noche de verano, de William Shakespeare; La bella durmiente del bosque, de los hermanos Grimm; El conventillo de la Paloma, de Alberto
Vacarezza; o Babilonia de Armando
Discepolo; por nombrar sólo algunas de las obras que difieren entre sí por su
género o procedencia y que se pueden cruzar en el imaginario colectivo cuando Noche Árabe comienza a funcionar.
Si tomamos algunos elementos de las
piezas citadas encontramos al genio atrapado en una lámpara, a los juegos
eróticos, a los embrujos de amor que suceden en un abrir y cerrar de ojos, al
poder del beso para despertar a la vida, a las rivalidades con el que es diferente,
a la atracción por lo exótico y al error humano como sello de un destino
trágico. Tantos condimentos proponen un nuevo estofado, un sabor especiado que
amplía el menú del restaurante tradicional. Una experiencia dramatúrgica
importada que hace convivir dos corrientes teatrales en un mismo texto: la
dramática canónica y la postdramática.
La fantasía, el mito, la
interculturalidad, el policial, la comedia y la tragedia se mixturan en la
historia que Schimmelpfennig
nos cuenta. Su escritura es novedosa porque narra de un modo diferente. El
intercambio de acciones que realizan los personajes representan el inicio, el
nudo y el desenlace de un hecho concreto, pero sus palabras no participan de
ese espacio y tiempo corporal, sino que aparecen unidas por un montaje que se
da como desahogo simultáneo de lo que ahí pasa. La construcción se evidencia
cuando todo el conjunto, finalmente, se determina en el espectáculo.
En el transcurrir, la palabra se
sale de ese pasado continuo, lo hace para interpelar a los espectadores. El
texto acota los sucesos a público en forma permanente. Lo que los cuerpos van
mostrando son diálogos físicos con oralidad monologada en fragmentos combinados.
Es un cruce de cinco monólogos en un juego de encastre. La disociación se da
porque el tiempo y el espacio corporal no son los mismos que los de la palabra.
Son dos carriles por donde la acción va a la par en intermitencias constantes,
como las guirnaldas de luces de los árboles navideños que hacen guiños y muestran
las distintas fases de sus combinaciones.
Gran desafío para los actores es
extenuar la corporalidad y el discurso en forma disociada, constante y
coordinada. El ritmo no decae, satura y se precipita. La puesta en escena es
precisa y compleja, los cuerpos atraviesan el espacio en todos los niveles
imaginables. Se lanzan, reptan, se erigen, circundan, se ocultan, develan y se
desplazan como gusanos en un queso agujereado; marean y embriagan. Entrar en
este código exige una atención plena del espectador, no es una dinámica
plácida, no es un bálsamo poético. Es un entretejido simbólico que se despliega
desde un relato cotidiano que contiene un crimen pasional.
Las etnias de los personajes y una
escenografía que se hace notar por su construcción exacerbada erigen a esta Torre
de Babel. Allí conviven Oriente y Occidente en una relación que fluye a través
de la idea de lo acuoso, por lo tanto inestable. En la vecindad de la ficción, el
agua que no pasa por las cañerías se derrocha en la bañadera de la mujer de
raza blanca, y, el calor que los sofoca a todos los hace descender al infierno
de la muerte o subir al limbo del amor, sin términos medios. Las dos figuras
femeninas subliman esas ideologías y establecen la tensión entre ambas formas
de hacer mundo. Noche Árabe invita a
reflexionar sobre lo que no dice, porque el efecto de sentido se produce en la
coyuntura internacional que se da en este Noviembre de 2015 cuando la paz entre
los hombres no se sostiene y la angustia hace foco en las hostilidades del Estado
Islámico y Francia.
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