sábado, 28 de febrero de 2015

La nueva autoridad




Lejos de las costosas y atrapantes marquesinas del teatro comercial que puebla la veraniega Avenida Corrientes, el teatro municipal San Martín nos ofrece una alternativa interesante, una propuesta de dramaturgia que mediante una fusión de grotesco y absurdo refleja, queriendo o no, los tiempos en que estamos viviendo en nuestro querido país. Y esto, porque la obra “La Nueva Autoridad” habla sobre el poder, su concepto, su engaño, sobre la desesperación por conservarlo, por retenerlo a toda costa.
El poder es una ilusión, un reflejo de lo que somos mediante los ojos de otros, definiéndonos y condicionándonos como personas. Es finito, ni bien se percibe tiene fecha de vencimiento, y cada acto, cada palabra e idea lo modifican, porque depende de la percepción del otro, de un interlocutor que no se ve realmente. Cubre deficiencias personales, llena espacios en vidas vacías, da color a los grises que todos tenemos pero, finito, voluble e incierto, genera al mismo tiempo inseguridad, y acrecienta lo bueno y malo que tenemos a niveles impensados.
Mario Segade, autor de series televisivas como Verdad/Consecuencia, Vulnerables, Farsantes, Resistiré y El Puntero (laureado con numerosos premios nacionales e internacionales por su labor), y dramaturgo consagrado mediante obras como Fulano de tal, soy yo, El no tiene la culpa y Un poco muerto, aborda el tema en cuestión mediante una gran ironía: desmorona todo grandilocuente concepto que se pueda tener sobre el poder ambientando la trama en un Consorcio de Propietarios en decadencia, en un momento de cambio de autoridades debido al deceso (cuya causa es controvertida y genera sospechas) del antiguo Presidente del Consejo de Administración.





Cualquiera que viva o alguna vez haya vivido bajo un consorcio de propietarios bien pudo presenciar el colmo del ridículo que implica la lucha de poder que se da entre los habitantes del edificio en el que habitan. Muchas veces los “cargos” que se crean y otorgan generan en personas una sensación de poder y control llamativa, y mientras más problemas se encuentren en la epopeya encomendada más oportunidades se generan para demostrar que se tiene “el toro por las astas”.
La puesta elegida por Segade, director también de la pieza, es intima, aprovecha cada centímetro del reducido espacio de la Sala Cunill Cabanellas, y deja inmerso al espectador en una sensación de decadencia, precariedad. El marco de la escena es el patio del edificio, prácticamente desolado y lleno de grietas, donde viven las dos propietarias que luchan por el poder: por un lado, la viuda del anterior Presidente del Consejo (Vivian El Jaber) quien, hacha en mano literalmente y enfundada en un uniforme militar, hará todo por conservar su cargo de CO administradora. Por el otro, la inestable vecina del 4to “B” (Celina Font) que está convencida que le corresponde ser “la nueva autoridad” por haber vivido en el lugar desde los 5 años de edad y haber presenciado allí la muerte de todos sus seres queridos. En el medio del enfrentamiento, un inescrupuloso encargado (pide desesperadamente no ser llamado “portero”) que como saltimbanqui del poder “lleva y trae” entre las dos candidatas al preciado cargo para congraciarse, pero que en realidad busca obtener para él ese preciado tesoro, símbolo de reivindicación social de clase, ostentando como base de fuerza “tener” al resto de los propietarios “con el” (Marcos Montes).





Entre grietas, paredes al borde del derrumbe, una casilla de ladrillos, cables pelados bajo el agua de lo que en sueños se busca convertir en una piscina de natación, se da una lucha sin cuartel donde la soberbia es fortaleza, donde de la violencia verbal se pasa a la física sin solución de continuidad.
En una de las paredes, un alambrado detiene la inminente invasión de seres hambrientos, como animales, que acechan y esperan invadir el terreno del edificio, a los que los personajes denominan “los fieras”. El encargado les tira unos huesos con carne para mantenerlos mansos.
La amalgama de géneros por la que opta el autor es más que adecuada, pero requiere ineludiblemente actores con oficio y solidez sin pruritos a la hora de cargar sobre sus hombros situaciones absurdas y extremas. En la presente puesta, El Jaber, Font, y Montes caminan con comodidad sobre la delgada línea, muestra de talento y profesionalidad. Cada texto, gesto y movimiento es preciso, significativo, coherente con el personaje que les toca encarnar.
Esto demuestra también un comprometido trabajo del director, quien pareciera haber realizado un trabajo con los actores a la hora de darle un sentido a cada texto y en lo que hace al lenguaje corporal propuesto.
La estética de la puesta y el registro actoral elegidos toma un tiempo de procesar. Por ello, el espectador es cuidadoso al principio de animarse a reír. Poco a poco, la defensa baja y se empiezan a escuchar unas tímidas sonrisas. Muchas veces los mensajes más profundos y fuertes se transmiten mejor mediante alguna risa nerviosa.
Una opción en la cartelera porteña que invita a pensar, una incómoda diversión.