Lejos de las
costosas y atrapantes marquesinas del teatro comercial que puebla la veraniega
Avenida Corrientes, el teatro municipal San Martín nos ofrece una alternativa
interesante, una propuesta de dramaturgia que mediante una fusión de grotesco y
absurdo refleja, queriendo o no, los tiempos en que estamos viviendo en nuestro
querido país. Y esto, porque la obra “La Nueva Autoridad” habla sobre el poder,
su concepto, su engaño, sobre la desesperación por conservarlo, por retenerlo a
toda costa.
El poder es
una ilusión, un reflejo de lo que somos mediante los ojos de otros,
definiéndonos y condicionándonos como personas. Es finito, ni bien se percibe tiene fecha de vencimiento, y cada acto, cada palabra e idea lo
modifican, porque depende de la percepción del otro, de un interlocutor que no
se ve realmente. Cubre deficiencias personales, llena espacios en
vidas vacías, da color a los grises que todos tenemos pero, finito, voluble e
incierto, genera al mismo tiempo inseguridad, y acrecienta lo bueno y malo que
tenemos a niveles impensados.
Mario Segade,
autor de series televisivas como Verdad/Consecuencia, Vulnerables, Farsantes,
Resistiré y El Puntero (laureado con numerosos premios nacionales e
internacionales por su labor), y dramaturgo consagrado mediante obras como Fulano de tal, soy yo, El no tiene la culpa y Un poco muerto, aborda el tema en
cuestión mediante una gran ironía: desmorona todo grandilocuente concepto que
se pueda tener sobre el poder ambientando la trama en un Consorcio de
Propietarios en decadencia, en un momento de cambio de autoridades debido al
deceso (cuya causa es controvertida y genera sospechas) del antiguo Presidente
del Consejo de Administración.
Cualquiera
que viva o alguna vez haya vivido bajo un consorcio de propietarios bien pudo
presenciar el colmo del ridículo que implica la lucha de poder que se da entre
los habitantes del edificio en el que habitan. Muchas veces los “cargos” que se
crean y otorgan generan en personas una sensación de poder y control llamativa,
y mientras más problemas se encuentren en la epopeya encomendada más
oportunidades se generan para demostrar que se tiene “el toro por las astas”.
La puesta
elegida por Segade, director también de la pieza, es intima, aprovecha cada centímetro
del reducido espacio de la Sala Cunill Cabanellas, y deja inmerso al espectador
en una sensación de decadencia, precariedad. El marco de la escena es el patio
del edificio, prácticamente desolado y lleno de grietas, donde viven las dos
propietarias que luchan por el poder: por un lado, la viuda del anterior
Presidente del Consejo (Vivian El Jaber) quien, hacha en mano literalmente y
enfundada en un uniforme militar, hará todo por conservar su cargo de CO
administradora. Por el otro, la inestable vecina del 4to “B” (Celina Font) que está
convencida que le corresponde ser “la nueva autoridad” por haber vivido en el
lugar desde los 5 años de edad y haber presenciado allí la muerte de todos sus
seres queridos. En el medio del enfrentamiento, un inescrupuloso encargado
(pide desesperadamente no ser llamado “portero”) que como saltimbanqui del
poder “lleva y trae” entre las dos candidatas al preciado cargo para
congraciarse, pero que en realidad busca obtener para él ese preciado tesoro, símbolo
de reivindicación social de clase, ostentando como base de fuerza “tener” al
resto de los propietarios “con el” (Marcos Montes).
Entre
grietas, paredes al borde del derrumbe, una casilla de ladrillos, cables
pelados bajo el agua de lo que en sueños se busca convertir en una piscina de natación,
se da una lucha sin cuartel donde la soberbia es fortaleza, donde de la
violencia verbal se pasa a la física sin solución de continuidad.
En una de las
paredes, un alambrado detiene la inminente invasión de seres hambrientos, como
animales, que acechan y esperan invadir el terreno del edificio, a los que los personajes denominan “los
fieras”. El encargado les tira unos huesos con carne para mantenerlos mansos.
La amalgama
de géneros por la que opta el autor es más que adecuada, pero requiere
ineludiblemente actores con oficio y solidez sin pruritos a la hora de cargar
sobre sus hombros situaciones absurdas y extremas. En la presente puesta, El
Jaber, Font, y Montes caminan con comodidad sobre la delgada línea, muestra de
talento y profesionalidad. Cada texto, gesto y movimiento es preciso,
significativo, coherente con el personaje que les toca encarnar.
Esto
demuestra también un comprometido trabajo del director, quien pareciera haber
realizado un trabajo con los actores a la hora de darle un sentido a cada texto
y en lo que hace al lenguaje corporal propuesto.
La estética
de la puesta y el registro actoral elegidos toma un tiempo de procesar. Por
ello, el espectador es cuidadoso al principio de animarse a reír. Poco a poco,
la defensa baja y se empiezan a escuchar unas tímidas sonrisas. Muchas veces
los mensajes más profundos y fuertes se transmiten mejor mediante alguna risa
nerviosa.
Una opción en
la cartelera porteña que invita a pensar, una incómoda diversión.