Si de algo tenemos que enorgullecernos los argentinos, y los porteños en particular, es del movimiento teatral que existe en nuestro país. Pocas ciudades en el mundo tienen una cartelera tan variada y copiosa como la nuestra. Hay teatro para todos los gustos y posibilidades económicas, y realmente quien no acude a ver una obra u otro hecho artístico es sencillamente por falta de interés.
Y quien quiera ver teatro clásico, siempre tiene la posibilidad de acudir al San Martín (municipal) o al Cervantes (nacional).
Las obras de teatro clásico no son comerciales, no son de consumo masivo, y no mediando productores que se atrevan a ponerlas en escena, es el Estado el que debe ofrecer la posibilidad a la gente de acudir a ver piezas magistrales eternas como las de Chejov, Ibsen, Bernard Shaw o bien, en el caso de obra que pasaré a comentar, García Lorca. Porque el teatro tiene una función social educacional, y está en nosotros cuidar nuestras salas con soporte estatal. Cómo hacerlo? Acudiéndo a ver las puestas que se presentan en el San Martín y en el Cervantes, que se hacen con presupuesto que en parte todos nosotros aportamos.
Fue ayer muy reconfortante ver la sala del Cervantes llena para ver la puesta que de "Yerma" hizo el director Daniel Suárez Marzal.
Lorca devolvió al mundo del teatro el género de la tragedia, que había sido dejado de lado desde la epoca de la Contrarreforma, a raíz de la cual el hombre se convirtió en el artífice de su propio destino, dejando atrás la concepción del hombre sometido a los designios divinos. Ejemplos de este género de la literatura lorqueana son "La casa de Bernarda Alba", "Bodas de Sangre", "Así que pasen cinco años" y, claro "Yerma", historia que trata más sobre las presiones sociales y el rol de la mujer en un opaco pueblo español que sobre la imposibilidad de tener hijos. Consciente del éxito del drama rural de teatro, Lorca elabora estas tragedias basándose en una conjugación de mito, poesía, y sustancia real, tratando de retratar a una mujer a su vez oprimida y liberadora de sí misma.
El tema principal de la obra en cuestión es instinto frente a represión, ya que Yerma lucha porque su instinto le dice que debe ser madre, pero no lo logra, y por eso termina odiándose. A través de un gesto radical, se libera de la esterilidad de Juan aunque no de su tragedia personal.
La puesta de Suárez Marzal nos brinda un Lorca puro, con enérgica música flamenca, luces ténues con las que se retrata lo lúgubre de la situación y el gris de la vida cotidiana que se llevaba adelante en ese pueblo rural y una escenografía despojada y precisa.
Un telón de fondo de material corrugado muestra un terreno árido, opresivo, seco como el vientre de Yerma. Colores sepia y rojizos utilizados en forma adecuada indican el momento del día en el que la situación se desenvuelve, y unos pocos elementos escenográficos bien empleados permiten recrear cada ambiente. Realmente un logro de la puesta.
El casting en una obra de Lorca es todo un desafío, sobre todo en los roles protagónicos. En el caso en cuestión, debía encontrarse una actriz que logre transmitir el camino de desesperación y locura que recorre Yerma durante el transcurso de la trama.
Sin duda, Malena Solda es una de las actrices más preparadas de su generación, quizá a la par de Eleonora Wexler. Su trabajo aquí no presenta fisuras -mirando, y escuchando (Lorca se escucha además de verse) con ojo muy fino quizá haya algún sesgo de monotonía en la forma en que ponuncia los versos- y sale airosa en la recreación de todos los estados anímicos que impone el personaje.
Sin embargo, y esto es ya una opinión muy personal, creo que el protagónico de esta tragedia requería una actriz con otra presencia dramática. Solda aporta a las criaturas que suele componer una fragilidad que dista de lo que es Yerma.
Yerma sufre, pero no es una víctima. Quizá las víctimas sean aquellos que la rodean. Por ello pienso que tal vez otra actriz con una presencia más fuerte hubiera aportado otra carga al personaje. Más allá de ello, la interpretación es sólida, correcta.
El resto del elenco no desentona. Sergio Surraco brilla como el posesivo señor de casa que intenta mantener la sanidad de su matrimonio y hogar. Las jóvenes que componen a "las lavanderas" y a "las muchachas" conforman un coro que logra una de las escenas más lucidas de la obra.
Por su parte, Tina Serrano encarna a la "Vieja Pagana" pronunciando los versos con la cadencia que requieren, con el oficio y técnica de la "vieja escuela", poniendo en evidencia algo no tan bueno: que hay una nueva generación de actores que, si bien talentosos, no tienen la preparación tradicional en teatro que requería saber "cómo decir" dependiendo del tipo de obra de que se trate. Serrano es la única que "dice" del modo en que se debe en una tragedia lorqueana.
Pepe Monje, como el novio de la adolescencia de Yerma, se ve un tanto deslucido, lo cual es una pena en un actor de probado talento. Esto no es más que un desacierto de la dirección, ya que el papel de "Victor" representa la virilidad, la potencia, lo que no fue para Yerma, convirtiéndose en un elemento sustancial de la historia. Lo que este personaje representa es un denominador común en varias obras del autor, pudiéndose encontrar en el Leonardo de "Bodas de Sangre" o en el Jugador de Rugby de "Así que pasen cinco años". Sin embargo, las participaciones de Monje en la obra pasan casi desapercibidas, carentes de la potencia y tensión sexual que se debería generar en escena.
El cuadro de las brujas, momento en que Yerma busca a través de un ritual oculto lograr la tan ansiada maternidad, está bien resuelto, con elementos escenográficos que otorgan una adecuada ambientación, aunque quizá la bruja se parece más a una matrona de pueblo que a una anciana avezada en las artes arcanas.
Un encanto especial le da a la puesta la música flamenca en vivo con guitarrista (una mención aparte para el talentoso Sebastián Espósito), un cantaor y una llamativa bailaora, luciéndose los tres junto a todo el elenco en la escena que tiene lugar en la romería, mezcla de matrimonio y ritual de iniciación sexual, entre carrozas floridas y símbolos religiosos.
En defintiva, más allá de unos detalles de dirección subsanables, se trata de un Lorca puro, una tragedia sin baches ni mesetas, y una recomendable propuesta en la escena porteña.
"Ay que prado de pena!
Ay qué puerta cerrada a la hermosura,
que pido un hijo que sufrir y el aire
me ofrece dalias de dormida luna!
Estos dos manantiales que yo tengo
de leche tibia, son en la espesura
de mi carne, dos pulsos de caballo,
que hacen latir la rama de mi angustia.
Ay pechos ciegos bajo mi vestido!
Ay palomas sin ojos ni blancura!
Ay que dolor de sangre prisionera
me está clavando avispas en la nuca!
Pero tú has de venir, amor!, mi niño,
porque el agua da sal, la tierra fruta,
y nuestro vientre guarda tiernos hijos
como la nube lleva dulce lluvia".-
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