La calle Corrientes parece rendir homenaje a Eugene O' Neill, ofreciendo puestas de "El luto le sienta a Electra" en la Sala Casacuberta del Teatro San Martin, y de "El toque de un poeta" en el teatro Apolo.
Ambas obras son tan ricas como complejas para poner en escena, siendo merito de los productores el haberlas elegido a la hora de optar por la programación de este invierno.
En el primer caso, nos encontramos con la versión que en 1932 escribió O' Neill del mito de Electra, ambientandolo en la "Gran Guerra". Quien interpreta a la heroína en la tragedia en cuestión, encarnación de la venganza del asesinato y traición de su amado padre, es Paola Krum, mientras que la infiel Clitemnestra (Cristina en el texto de O' Neill) queda a cargo de la siempre extraordinaria Leonor Manso.
La puesta y dirección esta a cargo de Robert Sturua quien, con una vasta trayectoria en su carácter de director principal del Teatro Rustavelli de la República de Georgia, llega a Buenos Aires para dar vida a este texto que fue concebido como una tragedia (una tragifarsa, en realidad) pero que el llena de tintes de humor. Como consecuencia de esta irreverencia ante el texto de O' Neill, el espectador puede sentirse un tanto desconcertado, sin saber si reírse o no en determinadas situaciones que encaran los actores de un modo exacerbado, desenfrenado, con gritos, saltos y movimientos espasmódicos.
La obra tiene todos los elementos de la tragedia griega: el mito que trata sobre pasiones humanas universales, personajes que se enfrentan a encrucijadas mortales, el coro, el texto poético, todo ello hilado por un narrador (gran trabajo de Pablo Britcha) que, como un arlequín/maestro de ceremonias/vagabundo poeta, presenta y describe la trama de cada escena.
El publico, entre tímido y confundido, apaga risas por miedo a ofender, sin saber si la comicidad que impregna por momentos las actuaciones (como cuando Carmen/Manso explica a su amante el modo en que asesino a su marido, o bien la escena del velatorio de Manon/Bidonde en la que aparece el coro emprendiendo una extraña coreografía) es adrede o bien una cruza del fino limite que existe entre la tragedia y el absurdo.
Pese a los desconciertos que puede sentir el espectador ante esta puesta despojada (andamios y puertas en el fondo del escenario por donde se ubican, suben, bajan, entran y salen los actores) y un tanto "exaltada", no pueden negarse la creatividad del director ni el oficio y capacidad de los actores que dan voz a los protagonistas de esta milenaria historia.
Se agradece al San Martín haber reunido a un elenco interesantisimo, encabezado por Leonor Manso y una cada vez mas bella Paola Krum, secundado por Hector Bidonde, Nacho Gadano y Diego Velazquez, entre otros. Las actuaciones son homogéneas, todos acuden al mismo registro y no caen en el absurdo (algo importante ante el genero elegido, ya que se pudo correr el riesgo de una notoria incongruencia), lo cual habla de oficio y solvencia.
Se trata sin duda de una opción interesante dentro de la cartelera teatral.
A dos cuadras del San Martin nos encontramos con el teatro Apolo, donde se alza una hermosa marquesina con la imagen de Susu Pecoraro, Lito Cruz y Eleonora Wexler ataviados como los personajes que encarnan en "El toque de un poeta", obra que se presenta en Argentina gracias a un emprendimiento en conjunto de la Yale University, dos firmas de producción teatral de Nueva York y de la agencia literaria de los legendarios Fernando Masllorens y Federico Gonzalez del Pino.
En este caso, en el análisis se debe distinguir, por un lado, el hermoso texto de O' Neill, versionado por Alejandra Cruz, y la puesta de Barry Primus (actor y director norteamericano formado en el Actors Studio, pueden verlo en la sobrevalorada película "Escandalo Americano", o en "Grudge Match" con Stallone y De Niro) por el otro.
La pieza teatral en cuestión (escrita en 1942 y estrenada por primera vez en 1958), como toda obra rica en su contenido y destinada a permanecer pese al paso del tiempo, no se centra en una sola temática, sino que habla de muchas cuestiones sociales que se daban tanto en la época en que esta ambientada (siglo XIX) como en la actualidad: el honor, el aferrarse a una gloria pasada que puede no haber existido, el ascenso social, las relaciones amor/odio que pueden darse en cualquier núcleo familiar, pueden mencionarse como tópicos que vienen a la cabeza al leer esta pieza o al escucharla en la voz de los actores. Raro es que, con las virtudes que tiene, se haya dado muy pocas veces en nuestro país.
La historia se sitúa en la taberna de Cornelius Melody (Lito Cruz), quien vive aferrado a un pasado tan glorioso como dudoso y enfrenta el presente entregándose al alcohol. Como testigos constantes de este un tanto patético espectáculo nos encontramos con su abnegada y sufrida esposa (Susu Pecoraro) y su rebelde hija Sara (Eleonora Wexler). Esposa e hija viven con muchas privaciones y sacrificios administrando la posada familiar mientras el "Coronel Melody" navega en su mundo de recuerdos fantásticos de tiempos en los que combatía junto al Duque de Wellington. El derrotero de la familia Melody se ve alterado por la aparición de un joven de una familia aristocrática en la posada, con quien Sara pretende casarse a toda costa, ya sea por amor (como todo el tiempo alega) o bien para escapar de la opresiva realidad en la que vive. A partir de allí, la obra toma giros que hacen que el espectador modifique sus simpatías y empatias respecto a los personajes y sus problemáticas.
La puesta que de este texto se presenta en el teatro Apolo tiene sus aciertos y desaciertos. Lo primero que atrae a la hora de decidir comprar la entrada es el elenco, indudablemente llamativo. El trío protagonista garantiza calidad. Pero no siempre talento y oficio desplegado ensambla correctamente con el resto de los tantos elementos que deben tenerse en cuenta a la hora de analizar una obra. En este caso, lo que se ve es talento de individualidades que no se conectan. Puede pensarse en falta de suficiente ensayo, en tanto hay momentos en que los actores "se pisan" los textos, o no saben bien que sigue. Son instantes que pueden pasar desapercibidos, pero están ahí.
Indudablemente genera disfrute ver a estos actores desplegar sus armas histriónicas con las que se sienten mas seguros. Susu Pecoraro hace gala de una gran conexión emocional con su personaje, lo que suele mostrar en sus intervenciones en cine y televisión, y realmente se sumerge en su personaje, aunque quizá en teatro se requiera una mayor potencia dramática. Muchas veces los actores que no dedican su trabajo regularmente al teatro no logran colocar la voz de manera que puedan sean escuchados en toda la sala. No todos los teatros cuentan con micrófonos funcionales de alta potencia, y el Apolo parece ser uno de ellos.
Lito Cruz, quizá influenciado aun por su caracterización como Beethoven en "33 Variaciones", acude a un tono de voz con el que arrastra las palabras, las que a veces se pierden como su personaje en recuerdos inventados, y suena a veces un tanto monótono. Su composición, un tanto exagerada, impide que, en momentos en que la trama llega a su clímax, se conecte con sus coprotagonistas, pasando "sin penas ni glorias" momentos muy ricos del texto. Nadie duda de la trayectoria y talento de Cruz, uno de los mejores actores de la escena nacional. Pero a veces sucede que profesionales de gran oficio tienen demasiada confianza en su trabajo, haciendo su trabajo "de taquito".
Eleonora Wexler es una de las mejores actrices de su generación con las que cuenta nuestro pais. Prácticamente se crió en un set de televisión, y si uno repasa su carrera teatral puede ver que salio airosa en complejos papeles de obras tanto clásicas ("La profesión de la Sra. Warren", de Bernard Shaw, "Quien le tema a Virginia Wolf", de Albee) como modernas ("Cock", de Mike Bartlett). Es una actriz que "sabe que hacer" en el escenario, porque su carrera esta mayormente volcada a el. Conoce el registro que debe utilizar en cada pieza, como moverse de acuerdo al personaje, como utilizar tanto su voz como todo su cuerpo. Al mismo tiempo es creíble, sus personajes transmiten verdad. Y este caso no es la excepción. Sabe quien es su personaje y como debe expresar su rebeldía y ansias de cambio. Ternura y frialdad entran y salen en Sara a medida en que interactua con su madre, padre, o bien cuando entra en la habitación del joven que esta alojado en la posada familiar en la que trabaja arduamente.
El resto del elenco acompaña a los protagonistas de modo adecuado, sobrio, sin mayores exigencias por parte del texto.
La escenografía es correcta, recrea con exactitud el ambiente propuesto y aprovecha la magnitud del escenario, del mismo modo que el vestuario, ambos a cargo de Marcelo Valiente.
Quizá esa es la palabra que mejor pueda describir esta puesta de Primus, la corrección. Corrección motivada por el oficio de todos los involucrados en lo técnico y lo actoral. Aun así, queda uno con la sensación de que "daba para mas".
En definitiva, calle Corrientes brinda dos interesantes obras de este dramaturgo estadounidense ganador del Nobel de Literatura, quien introdujo el realismo dramático en el teatro norteamericano que ya habían iniciado Chejov, Ibsen y Strindberg en otras partes del mundo. Por que no aprovechar la oportunidad y verlas?
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