sábado, 31 de enero de 2015

Otro estilo de vida. Una obra que promete, pero no pasa de ahí.




La marquesina del teatro Tabaris vende. Un trío protagónico (nunca mejor utilizada la frase de acuerdo a la temática de la obra) interesante. La cabeza femenina del elenco, una actriz que en su momento era considerada la mejor de su generación, que “dio cátedra” en cine y en televisión, que se retiro de la actuación por ocho años y que repentinamente volvió a estar bajo las luces con productos casi olvidables. Sus partenaires, un sólido actor y autor formado en teatro que acaba de obtener la fama que da el “prime time Suar” de la televisión y un galán de esa misma pantalla chica que ha demostrado sus condiciones histriónicas en las tablas en varias puestas recientes.
Vendida como una “comedia cargada de erotismo”, y con un titulo como “otro estilo de vida” (una amplia traducción de “Design of living”), nos encontramos con una obra que pareciera intentar captar un público veraniego que busca distenderse más que entrar en las discusiones y controversias morales que tuvo en mente Noel Coward cuando la escribió a principios de la década del 30.
Situada en París, en Londres y en New York, esta historia narrada en tres actos trata sobre la vida de dos artistas (un escritor y un pintor) y una suerte de musa inspiradora, quien dentro del mundo bohemio parece buscar disfrutar en todo momento de los placeres que brinda la “alta sociedad”. Los tres viven un apasionado amor desprejuiciado, hedonista, aunque a veces un tanto confuso, lo que los lleva a entrar en idas y vueltas, rupturas y reencuentros circulares.
Escrita en 1932 para ser protagonizada por Lynn Fontanne, Alfred Lunt y el propio Coward, fue estrenada en Broadway originalmente debido a que lo controvertido del tema vedaba su estreno en la Londres Victoriana. Inclusive fue adaptada (muy) y llevada al cine, en una pelicula de 1933 protagonizada por Gary Cooper, Fredric March y Miriam Hopkins.
La temática central de la obra radica en un amor diferente para la época, en la libertad de diseñar un propio “estilo de vida”, y en los miedos que indudablemente ello trae aparejado. Claro que en la década del 30 otro era el mundo, otro el público, otro el tiempo. Una obra como esta podía durar más de dos horas (con intervalo, algo que genera cierta aprensión en la audiencia local) para que los actores y el director pudieran trabajar los textos con la cadencia y los silencios que estos necesitan, con el tiempo que la construcción de un personaje y el sentido y mensaje de la obra requieren. Hoy, en la era del vértigo y la rapidez, lamentablemente se requiere ritmo y estimulo constante aunque la obra, su temática y espíritu, indiquen otro camino.
Quien primero entra en escena es Inés Estévez, iniciando una interpretación quizá demasiado enérgica, que se destaca por el pronunciamiento de los textos con una llamativa rapidez. De entrada en su cuerpo se percibe una electricidad no propia de esa mujer que conquista a exponentes artísticos de la bohemia europea. Tan rápido dice los textos que en la función que presenciara quien escribe equivoca tres veces la letra, lo que la lleva una vez a decir “perdón” a uno de sus coprotagonistas, aunque pareciera que ese pedido de disculpas se dirigía al público.
Esta agilidad que se busca en los textos es acompañada por un acento porteño propio de quien habita alguno de nuestros cien barrios. Quizá aun prendada del personaje que le tocara en la teleserie Guapas, uno ve en su Gilda a una joven de Barracas o Pompeya con un elegante vestuario de la década del 30 (por cierto, la producción debería invertir unos pesos más en la peluca de la actriz principal). Si ya de por si el famoso “physic du rol” tampoco la ayuda a la hora de encarnar el personaje protagónico de esta obra, la notable falta de trabajo en la composición del personaje no colabora.
Marco Antonio Caponi (quien más fresco y desenvuelto se muestra en el primer acto) y Alberto Ajaka (como siempre en cada uno de sus trabajos teatrales, atento a cada detalle e inmerso en su personaje) quitan un poco de peso de las espaldas de Estévez interpretando a Claude y Leo, quienes desean y aman a Gilda, y quienes se aman y desean entre sí.
El tema de la homosexualidad tampoco está correctamente resuelto, ¿quizá deliberadamente?. Llama la atención que dos sólidos y experimentados actores muestren pudor a la hora de tocar a una persona del mismo sexo. Una de las escenas muestra la incomodidad claramente: Claude y Leo, solos tras una nueva huida de Gilda, y tras muchos tragos, juegan de manos hasta llegar a una sensual posición sobre un sofá. Ajaka intenta poner su mano por debajo de la camiseta de Caponi, y el instinto del actor (no del personaje) es quitarla. Es una fracción de segundo, pero basta para detectar una incomodidad que no se condice con la historia de los personajes, quienes llevaban una relación intima quizá hasta antes de conocer a la sensual Gilda.
Dan Breitman (otro de los actores de “Guapas”) tiene a su cargo el rol de un ama de llaves (una suerte de mezcla de la "Violencia Rivas" de Capusotto y la empleada publica de Gasalla) y de una señora de “alta sociedad” a quien Gilda busca vender obras de arte en el tercer acto. El trabajo del histriónico Breitman busca captar carcajadas en la audiencia, lo que el texto por sí solo no permite ni intenta. Se acude a un stand up entre acto y acto, en primer lugar, a cargo del ama de llaves, quien censura el comportamiento liberal de los dueños de casa, y luego de la señora aristocrática (llamada “Sra. Abercrombie”), quien se esmera en expresar su amor por un su estilo de vida de lujos en New York.
Fabián Arenillas, Paola Lusardi y Demian Salomon completan un elenco sobrio en el que ninguno logra lucirse demasiado.
Lo que más llama la atención es el trabajo de dirección, a cargo de la más que consagrada Lía Jelin. Innumerables obras en distintos circuitos la hicieron merecedora de los premios “Trinidad Guevara”, “Florencio Sánchez”, “Fondo Nacional de las Artes”, y varios “ACE”. En el presente caso, esta prestigiosa directora pareciera haberse limitado a marcar los movimientos de los actores en el escenario y a crear la puesta en escena. No se vislumbra un trabajo de creación, de composición, con cada actor.
Pareciera, en definitiva, que falto tiempo de trabajo. Tiempo de composición y, en algunos casos, hasta de ensayo. La función que presenciara quien escribe sufrió varios accidentes, confusión de letra, baches, hasta un sillón que se rompió al sentarse Caponi en el en el tercer acto. Los accidentes siempre pueden producirse en cualquier obra, en el lugar que sea, pero en el caso no hicieron más que poner mayor foco sobre falencias de fondo que están, que percibe el publico y hasta los propios actores. En una puesta menos ambiciosa, o en el comúnmente llamado “teatro de barrio”, estas falencias que se apuntan en este comentario serian pasadas por alto. Pero no en una producción de calle Corrientes con un elenco y dirección profesional y un costo de entrada acorde.

Muchas veces las marquesinas prometen, pero las promesas deben ser cumplidas.



jueves, 1 de enero de 2015

NIGHTCRAWLER



 Ficha: Película: Nightcrawler. Dirección y guion: Dan Gilroy. País: USA. Año: 2014. Duración: 117 min. Género: Thriller. Interpretación: Jake Gyllenhaal (Louis Bloom), Rene Russo, Bill Paxton, Riz Ahmed (Rick). Producción: Jennifer Fox, Tony Gilroy, Jake Gyllenhaal, David Lancaster y Michel Litvak. Música: James Newton Howard. Fotografía: Robert Elswit.




Comentario: Jake Gyllenhaal interpreta a Louis Bloom, un ladrón de poca monta y menos escrúpulos de Los Ángeles, que conoce por casualidad el mundo de los “nightcrawlers”. Se trata de freelancers nocturnos que, cámara en mano y utilizando la frecuencia radial de la policía, se presentan antes que nadie en las escenas de crímenes violentos, choques de tránsito, etc., para vender el material a los noticieros locales. Bloom se adentra a fondo en este mundo, donde alguien como él sólo distingue – y le interesa -el límite entre lo que vende en cámara y lo que no.




En esta sátira al periodismo sensacionalista, conoceremos la historia a través del personaje principal, conoceremos su forma de ser y de ver las cosas, aunque no se cuenta mucho más sobre su vida (en realidad a los fines de la historia contada, se asume que no hace falta conocer más sobre su pasado). En realidad, Louis Bloom es la otra cara del sueño americano, un psicópata representante del ser ambicioso que hará lo que sea por lograr su meta. A diario vemos el trabajo de gente así: cada vez que aparece en tapa de un diario la foto de una celebridad en la cama de un hospital en terapia intensiva, o incluso cosas mucho más horrorosas que explotan el más puro sadismo. El film nos muestra ese lado oscuro sin límites de muchas personas, que se desata al encontrar un marco que los estimula y protege. En su primera película como director, Dan Gilroy (que fue guionista de “Gigantes de acero”, “El legado Bourne”) realiza un buen trabajo, ofreciendo incluso escenas muy intensas que atrapan al espectador. Aún así, el resultado final es una película que ofrece su mensaje, y no mucho más.

Opinión: BUENA