La marquesina del teatro Tabaris
vende. Un trío protagónico (nunca mejor utilizada la frase de acuerdo a la
temática de la obra) interesante. La cabeza femenina del elenco, una actriz que
en su momento era considerada la mejor de su generación, que “dio cátedra” en
cine y en televisión, que se retiro de la actuación por ocho años y que
repentinamente volvió a estar bajo las luces con productos casi olvidables. Sus
partenaires, un sólido actor y autor formado en teatro que acaba de obtener la
fama que da el “prime time Suar” de la televisión y un galán de esa misma pantalla
chica que ha demostrado sus condiciones histriónicas en las tablas en varias
puestas recientes.
Vendida como una “comedia cargada
de erotismo”, y con un titulo como “otro estilo de vida” (una amplia traducción
de “Design of living”), nos encontramos con una obra que pareciera intentar
captar un público veraniego que busca distenderse más que entrar en las
discusiones y controversias morales que tuvo en mente Noel Coward cuando la escribió
a principios de la década del 30.
Situada en París, en Londres y en
New York, esta historia narrada en tres actos trata sobre la vida de dos
artistas (un escritor y un pintor) y una suerte de musa inspiradora, quien
dentro del mundo bohemio parece buscar disfrutar en todo momento de los
placeres que brinda la “alta sociedad”. Los tres viven un apasionado amor desprejuiciado,
hedonista, aunque a veces un tanto confuso, lo que los lleva a entrar en idas y
vueltas, rupturas y reencuentros circulares.
Escrita en 1932 para ser
protagonizada por Lynn Fontanne, Alfred Lunt y el propio Coward, fue estrenada
en Broadway originalmente debido a que lo controvertido del tema vedaba su
estreno en la Londres Victoriana. Inclusive fue adaptada (muy) y llevada al
cine, en una pelicula de 1933 protagonizada por Gary Cooper, Fredric March y
Miriam Hopkins.
La temática central de la obra
radica en un amor diferente para la época, en la libertad de diseñar un propio
“estilo de vida”, y en los miedos que indudablemente ello trae aparejado. Claro
que en la década del 30 otro era el mundo, otro el público, otro el tiempo. Una
obra como esta podía durar más de dos horas (con intervalo, algo que genera
cierta aprensión en la audiencia local) para que los actores y el director
pudieran trabajar los textos con la cadencia y los silencios que estos
necesitan, con el tiempo que la construcción de un personaje y el sentido y
mensaje de la obra requieren. Hoy, en la era del vértigo y la rapidez,
lamentablemente se requiere ritmo y estimulo constante aunque la obra, su
temática y espíritu, indiquen otro camino.
Quien primero entra en escena es
Inés Estévez, iniciando una interpretación quizá demasiado enérgica, que se
destaca por el pronunciamiento de los textos con una llamativa rapidez. De
entrada en su cuerpo se percibe una electricidad no propia de esa mujer que
conquista a exponentes artísticos de la bohemia europea. Tan rápido dice los
textos que en la función que presenciara quien escribe equivoca tres veces la
letra, lo que la lleva una vez a decir “perdón” a uno de sus coprotagonistas,
aunque pareciera que ese pedido de disculpas se dirigía al público.
Esta agilidad que se busca en los
textos es acompañada por un acento porteño propio de quien habita alguno de
nuestros cien barrios. Quizá aun prendada del personaje que le tocara en la
teleserie Guapas, uno ve en su Gilda a una joven de Barracas o Pompeya con un
elegante vestuario de la década del 30 (por cierto, la producción debería
invertir unos pesos más en la peluca de la actriz principal). Si ya de por si
el famoso “physic du rol” tampoco la ayuda a la hora de encarnar el personaje
protagónico de esta obra, la notable falta de trabajo en la composición del
personaje no colabora.
Marco Antonio Caponi (quien más
fresco y desenvuelto se muestra en el primer acto) y Alberto Ajaka (como
siempre en cada uno de sus trabajos teatrales, atento a cada detalle e inmerso
en su personaje) quitan un poco de peso de las espaldas de Estévez
interpretando a Claude y Leo, quienes desean y aman a Gilda, y quienes se aman
y desean entre sí.
El tema de la homosexualidad
tampoco está correctamente resuelto, ¿quizá deliberadamente?. Llama la atención
que dos sólidos y experimentados actores muestren pudor a la hora de tocar a
una persona del mismo sexo. Una de las escenas muestra la incomodidad
claramente: Claude y Leo, solos tras una nueva huida de Gilda, y tras muchos
tragos, juegan de manos hasta llegar a una sensual posición sobre un sofá.
Ajaka intenta poner su mano por debajo de la camiseta de Caponi, y el instinto
del actor (no del personaje) es quitarla. Es una fracción de segundo, pero
basta para detectar una incomodidad que no se condice con la historia de los
personajes, quienes llevaban una relación intima quizá hasta antes de conocer a
la sensual Gilda.
Dan Breitman (otro de los actores
de “Guapas”) tiene a su cargo el rol de un ama de llaves (una suerte de mezcla
de la "Violencia Rivas" de Capusotto y la empleada publica de
Gasalla) y de una señora de “alta sociedad” a quien Gilda busca vender obras de
arte en el tercer acto. El trabajo del histriónico Breitman busca captar
carcajadas en la audiencia, lo que el texto por sí solo no permite ni intenta.
Se acude a un stand up entre acto y acto, en primer lugar, a cargo del ama de
llaves, quien censura el comportamiento liberal de los dueños de casa, y luego de
la señora aristocrática (llamada “Sra. Abercrombie”), quien se esmera en
expresar su amor por un su estilo de vida de lujos en New York.
Fabián Arenillas, Paola Lusardi y
Demian Salomon completan un elenco sobrio en el que ninguno logra lucirse
demasiado.
Lo que más llama la atención es
el trabajo de dirección, a cargo de la más que consagrada Lía Jelin.
Innumerables obras en distintos circuitos la hicieron merecedora de los premios
“Trinidad Guevara”, “Florencio Sánchez”, “Fondo Nacional de las Artes”, y
varios “ACE”. En el presente caso, esta prestigiosa directora pareciera haberse
limitado a marcar los movimientos de los actores en el escenario y a crear la
puesta en escena. No se vislumbra un trabajo de creación, de composición, con
cada actor.
Pareciera, en definitiva, que
falto tiempo de trabajo. Tiempo de composición y, en algunos casos, hasta de
ensayo. La función que presenciara quien escribe sufrió varios accidentes,
confusión de letra, baches, hasta un sillón que se rompió al sentarse Caponi en
el en el tercer acto. Los accidentes siempre pueden producirse en cualquier
obra, en el lugar que sea, pero en el caso no hicieron más que poner mayor foco
sobre falencias de fondo que están, que percibe el publico y hasta los propios
actores. En una puesta menos ambiciosa, o en el comúnmente llamado “teatro de
barrio”, estas falencias que se apuntan en este comentario serian pasadas por
alto. Pero no en una producción de calle Corrientes con un elenco y dirección
profesional y un costo de entrada acorde.
Muchas veces las marquesinas
prometen, pero las promesas deben ser cumplidas.
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