Lilian Hellman (1905-1984) fué una de las
dramaturgas más exitosas de los años treinta en los Estados Unidos. Sus dramas
"The Children´s hour" (1934) y "The little foxes" (1939)
han dejado huella en la historia del teatro norteamericano, y las grandes
productoras de Hollywood, acudiendo al calibre de estrellas como Bette Davies o
Audrey Hepburn, las adaptaron a la pantalla grande creando clásicos que cada
tanto podemos ver durante alguna noche de desvelo en canales especializados.
Si Hellman no es un ícono de esa época como
puede serlo la tríada Eugene O´Neill-Arthur Miller-Tennesse Williams, quizá se
deba a que no desarrolló su obra bajo los cánones del simbolismo, del escapismo
o del realismo que plantearon sus contemporáneos, quienes marcaron una bisagra
en la forma de escribir teatro que sigue teniendo efectos hoy día. O quizá es
porque se trata de una figura controvertida, no habiendo renunciado nunca, ni
durante la caza de brujas del macartismo, a su defensa a la filosofía y
principios comunistas. O tal vez se deba a cierta concepción misógina de
algunos intelectuales que nos dicen lo que es y no debe ser el teatro.
Personalmente, creo que lo que aleja a
Lilian Hellman de ese nivel de trascendencia cultural es su visión comercial
del teatro. Si bien sus obras tienen gran contenido social (temas como las
libertades civiles, el racismo, la voracidad del capitalismo y la amenaza
latente del fascismo están siempre presentes en sus dramas), las tramas tienen
giros efectistas y un diseño que apuntan al gran público. Hellman no creía en
el valor de obras de gran sofisticación intelectual o simbólica a la que
tuviera acceso un grupo reducido de gente con cierto nivel cultural, sino que
consideraba que el mensaje social planteado debía llegar a la mayor cantidad de
público posible. Es por eso que siempre apuntaba a Broadway (eso y, claro está,
al dinero de las regalías que la meca del teatro implicaba) y las tramas eran
elaboradas y planeadas con varios golpes de efecto y alguna que otra
controversia que diera lugar a debate y publicidad.
"The Children`s hour" ("La
hora de los niños") habla de la maldad sin matices, representada por una
niña consentida que, tras ser castigada por haber traspuesto los amplios
límites que le fueran marcados, acusa a las directoras del colegio al que acude
como pupila de mantener una relación lésbica (en los años 30...). A partir de
allí, un espiral descendente de prejuicios, deslealtades y las consecuencias de
un sistema judicial adaptado a la realidad de la época. Patricia Neal, Audrey
Hepburn y Shirley Mc Laine son algunas de las figuras que dieron vida a los
personajes de esta obra en teatro y cine.
"The little foxes" ("los
pequeños zorros") cuenta la historia de la inescrupulosa familia Hubbard,
en un pueblo del sur de los Estados Unidos a comienzos del siglo pasado, y su
ascenso a la riqueza mediante estafas a los trabajadores de los campos de algodón,
a quienes vendían productos básicos al doble o triple de lo que realmente
valían. La tragedia azota a los Hubbards cuando, en su intento de obtener más
riquezas, comienzan a estafarse entre ellos. Tallulah Bankhead protagonizó la
primera puesta que se hizo de la obra con gran suceso; Bette Davis en la
versión cinematográfica. Luego siguieron "Toys in the Attic",
"Watch on the Rhine", "Another part of the forest",
"The Autumm garden", entre otros trabajos. A fines de los años
sesenta y principios de los setenta, la figura de Hellman resurge como ícono
feminista e intelectual mediante la publicación de sus tres libros de memorias:
"An Unfinished woman" (1969), "Pentimento" (1973) y
"Scoundrel time" (1976). Es en "Pentimento" donde cuenta la
historia en la que se basa la película "Julia".
"La pintura vieja en un lienzo, a
medida que envejece, a veces se vuelve transparente. Cuando eso ocurre, es
posible, en algunas imágenes, ver las líneas originales: un árbol se mostrará a
través de un vestido de mujer, un niño deja paso a un perro, un barco grande ya
no está en mar abierto. Eso se llama pentimento porque el pintor,
"arrepentido", cambió de idea. Tal vez sería bueno decir que la vieja
concepción, reemplazada por una elección más adelante, es una manera de ver y
luego ver de nuevo. Eso es todo lo que quiero decir sobre la gente en este
libro. La pintura ha envejecido y yo quería ver lo que estaba allí para mí una
vez, qué hay para mí ahora".
Con estas palabras empieza
"Julia", evocando a recuerdos y emociones como si fueran un cuadro
que con el tiempo se desdibuja, y sólo queda parte de lo que fue real, tal vez
lo más importante, o quizá algo que nosotros mismos creamos para aferrarnos,
como un ancla emotiva.
La historia narra un episodio en la vida de
Hellman, el que puede haber ocurrido o no, situado en la época de sus comienzos
como dramaturga -y en el proceso de creación de "The Children´s hour"
bajo el padrinazgo de su pareja y por entonces ya reconocido escritor Dashiell
Hammet- enmarcado en un contexto político en el que el fascismo se estaba
apoderando de gran parte de Europa y Hitler afianzaba un régimen en Alemania
que iba a dar lugar al holocausto.
En medio de la tensión que implica escribir
su primera obra y exponerla a la aprobación de Hammet, Hellman recibe noticias
de una entrañable amiga con la que compartió los veranos de su niñez y
adolescencia. La vida llevaría a una
joven Julia a Europa, entusiasmada con los nuevos movimientos filosóficos y
sociopolíticos y con la esperanza de estudiar con el prominente Sigmund Freud.
Lillian permanecería en los Estados Unidos, entrando poco a poco en círculos
literarios e intelectuales; pero Julia siempre estuvo presente, símbolo de una
fortaleza e integridad que la formó como la mujer que es y que proyecta ser.
Tras años sin verla, Lilian decide viajar a Europa para reencontrarse con su
amiga y, tal vez, con ella misma.
Fiel a sus convicciones, el horror lleva a
Julia a formar parte de una resistencia contra el nazismo, y a crear un círculo
clandestino que busca liberar prisioneros del régimen por causas políticas o
religiosas mediante sobornos. Para ello necesita dinero, y alguien que pueda
cruzar la frontera alemana para proporcionárselo. Lillian se presenta como la
mejor opción.
Fred Zinneman ("De aquí a la
eternidad", "El día del chacal") dirige una película repleta de
saltos temporales, y nos permite descubrir quiénes son los personajes, el
sentido de sus actos y, lo más importante, la naturaleza de una amistad que
trascendió la tragedia de la guerra y el totalitarismo.
Otro aspecto en el que Zinneman hace mucho
hincapié al narrar esta historia es la sensación de estar fuera del elemento
propio, el no saber del todo qué es lo que está sucediendo. Lillian sigue las
instrucciones de su amiga, confía en aquellos que ella indica y se adentra en
un mundo que no conoce, ignorancia que colabora a que realice actos de gran
riesgo para su seguridad personal. Acierto del director al crear un clima de
tensión constante, necesario para contar esta parte de la historia.
Con seguridad habrá sido un desafío para
Jane Fonda interpretar a Hellman en cine. Más allá de la falta de parecido
físico, el personaje en cuestión en la época en que se realizó la película
estaba muy presente en el imaginario social, como escritora y activista social.
Fonda salió airosa en su composición, y fue astuta al no realizar una imitación
que pudo haber derivado en maqueta. Optó en cambio por la naturalidad, sin
perder en ningún momento la conexión emocional con las situaciones que cada escena
demandaban. Ya había demostrado su talento histriónico en películas como
"Klute" (1971) de Alan Paluka, donde se puso en la piel de una
prostituta implicada en el asesinato de un hombre de negocios -papel que le
valió un Oscar- y en "Tout va bien" (1972) de Jean Luc Godard, pero
este papel le significó iniciar una amistad con Hellman, con quien compartía una afinidad por las
causas sociales, y su tendencia a defender sus posturas políticas desde lugares
incómodos (allá por 1972 Fonda visitó
Hanoi y se pronunció en contra del belicismo de su país fotografiándose rodeada
de armamentos vietnamitas, ganándose por décadas el apodo de
"Hanoi-Jane").
Sin perjuicio de la carga dramática que
propone el argumento central de la historia, las escenas en las que la actriz
logra captar con mayor intensidad el espíritu del personaje son aquellas que
recrean su relación con Dasshiel Hammet, interpretado por un sólido Jason
Robards en un papel que le valdría su segundo Oscar de la Academia (el primero
lo ganó el año anterior por "Todos los hombres del presidente"). Ambos escritores vivieron en pareja, con idas
y vueltas, casi treinta años, y Hellman quedó como administradora de los bienes
de Hammet al fallecer éste, haciendo una férrea defensa de los derechos de autor
correspondientes a famosas historias policiales como "El Halcón
Maltés". Así, Fonda y Robarts aprovechan al máximo sus momentos en
pantalla y se presionan con el mismo ahínco con el que se contienen y buscan
cuando necesitan refugio en el abrazo del otro. Se transmite la dinámica de una
pareja en la que predomina la contención y hasta condescendencia de un Hammet
mayor y ya consagrado ante la enérgica joven que busca ocupar un lugar en el
mundo literario.
De larga trayectoria en el cine y teatro, e
integrante de una dinastía de actores, Vanessa Redgrave se pone en la piel de
Julia. Ella es fuerza, idealismo, coraje y bondad; eso es lo que representa
para Lillian. Redgrave capta la esencia de su personaje y llena la pantalla con
una expresión apasible, mirada profunda y cálida sonrisa. La serenidad está
presente en su actuación tanto como una joven idealista llena de vida como años
después una mujer que convive con el horror y el constante ultraje, pero
sostenida siempre por sus férreas convicciones y el bien mayor que suponen sus
sacrificios. Esa maestría escénica le valió el Oscar a la mejor actriz de
reparto.
El elenco lo completan un siempre llamativo
Maximilian Schell como el ¨contacto en Francia¨ de Lillian y guía en la
arriesgada misión, y -como perlita de la película- Meryl Streep en su debut
cinematográfico, interpretando a una frívola joven que siembra prejuicios y
vanas habladurías sobre la amistad de las protagonistas.
Julia pudo existir en la realidad o no
(Muriel Gardiner, una acaudalada norteamericana que estudió medicina en Vienna
antes de la segunda guerra mundial y se unió a la resistencia antifascista
antes de su regreso a los Estados Unidos en 1993, sugirió que la historia
estaba basada en su vida), pero lo que es innegable es que nos deja un hiriente
retrato de valentía y coraje en tiempos de sangre, de la amistad como reflejo
de lo que somos y podemos llegar a ser, y de la fidelidad a nuestros
principios.
Julia es uno de esos filmes que por su
estilo, trama y temática esta siempre vigente, y cada tanto hay que volver a
ver.
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