En mi primera participación en este blog que hace hincapié en las diferentes facetas del arte, quisiera hacer un comentario de lo que me pareció la versión teatral que en el Maipo - sala emblemática de Buenos Aires- se esta dando de "La Guerra de los Roses".
Quién no ha visto esa comedia negra dirigida por Danny de Vito de 1989 donde Katlheen Turner y Michael Douglas componían un matrimonio que, en el marco de su divorcio, llegaba a lo más bajo y autodestructivo poniendo como botín final una casa que no era mas que la excusa para seguir adelante con esa relación tortuosa. El que no, vaya pensando en conseguirla y disfrutar así de unas actuaciones impecables donde se lucen los tres protagonistas -De Vito también actúa-. Allí, pienso, se da uno de esos casos donde guión, dirección y actuaciones -además de otros elementos técnicos- se conjugan para hacer una "joyita".
El viernes pasado fui a ver la versión teatral, esperando que no me sucediera lo que hace cuatro años atrás, cuando fui a ver "Quien le teme a Virginia Wolf" y encontré algo desfasado de tiempo, donde, quizá el director, no supo adaptar el texto a tiempos actuales, donde, quien sabe, yo no pude encontrar el encanto que una vez encontré en otra puesta...
Qué me paso... me encontré con una puesta que intentaba a toda costa respetar el guión de la película, y creo que sucedió lo que sucede cuando el teatro se quiere mimetizar con el cine... pierde su encanto.
Todo a nivel técnico se disfruta. Luces, sonido, escenografía, vestuario, todo a la perfección en mi humilde entender. Todo justo, nada excesivo, cada detalle en su lugar.
Las actuaciones son correctas. Carla Peterson despliega su talento, y Suar, considero gracias al oficio, es muy bueno secundando el talento. Qué fué entonces lo que me faltaba en la obra? Creo que lo que faltaba era justamente el género, la comedia negra. Carnevale, un gran director, buscó otro registro. Lo que yo vi fue comedia. A lo que "La Guerra de los Roses", tal como esta escrita, apunta, a mi entender, es a la comedia negra.
La dirección, en cambio, esta dirigida a que la gente se ría, llegue hasta la carcajada, con los insultos, los gestos repentinos, y hasta la violencia que se propinan los personajes. Y lo consigue. Por lo menos la mayor parte del público se reía cada vez que se escuchaban los insultos o cuando los personajes arremetían física o psíquicamente uno contra el otro.
La obra es ágil, no pierde ritmo, los actores se lucen -los de reparto también, en especial Alejandro Paker componiendo al abogado belicoso-, y las escenas de gran compromiso físico -las de violencia o la de la araña -los que vieron la peli entenderán- estan muy bien resueltas.
Igualmente falta algo en el final que la sutileza del cine puede transmitir con mayor facilidad, mientras que en el teatro se requiera un ojo avizado para captar.
En fin, creo que se trata de un espectáculo disfrutable pero que, de haber tenido más vuelo en lo que hace a la adaptación y dirección, podría haber llegado a tener ese sello propio que parece faltarle.
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