Cuando un actor
ha sido reconocido y recibido los máximos galardones en cine, teatro y televisión,
cuando se lo considera uno de los mejores, sino el mejor, de su generación,
cuando ha transitado con éxito distintos géneros del arte escénico, puede
llegar a sentir cierto grado, aunque mínimo, de omnipotencia? Esa pregunta empezó
a rondarme por la cabeza ayer por la noche, mientras promediaba la función
de La Cabra… o quien es Sylvia, obra escogida, protagonizada y dirigida por
Julio Chávez. Este referente del arte escénico nacional y profesor de actores
opto por poner en escena una obra dificilísima, muy arriesgada y en la que, de
caer en la menor falla director, interpretes y hasta técnicos, los temas
subyacentes que propone su texto fácilmente desaparecen, y nos podemos
encontrar con una indefinida pieza más cercana al grotesco que al profundo
drama que intenta ser. Charlie (Julio Chávez), un reconocido arquitecto en lo más
alto de su carrera profesional, acaba de recibir la noticia que recibirá el
premio Pritzker (el nobel de arquitectura). Su vida junto a su esposa Julia
(Viviana Saccone) y su hijo Willy (Santiago Garcia Rosa) parece estar en armonía.
Sin embargo, Charlie por primera vez oculta algo, un amor, y eso lo perturba.
Un amor único que podrá confesar a su mejor amigo Axel (Vando Villamil), quien
frente a esa verdad asume la responsabilidad de contárselo a Julia. La
naturaleza de ese amor los enfrentara a todos a algo inesperado. Charlie
practica el bestialismo. Y no solo eso, está enamorado de la cabra con la que
lo practica. El multipremiado Edward Albee, creador de ya clásicos como
Quien le tema a Virginia Wolf o Delicado Equilibrio (por la que gano el
Pulitzer) aborda aquí temas que exceden lo que primeramente puede observarse, a
saber el paso del tiempo, la crisis y el vacío existencial, los valores, pero a
través de una trama que ciertamente puede resultar poco digerible. Para lograr
entonces una efectiva interpretación de la pieza, se necesita mucho trabajo y precisión
en las actuaciones, en la dirección de actores, y en cada detalle que va desde
la puesta hasta la música, vestuario e iluminación. Por eso una decisión sabia
hubiera sido que actor protagónico y director no coincidieran en la misma
persona, por mas talentosa que fuera esta. Es innegable que Julio Chávez ha
dado una identidad y vida única a cada criatura que ha compuesto. Cuando
lo vemos actuar, solemos ver al personaje, no al actor (haciendo de...). Su
trabajo es tan preciso que él como persona se desvanece para convertirse en
aquel a quien esta personificando. Quien haya visto Yo soy mi propia mujer,
unipersonal por el que gano innumerable premios incluyendo el ACE de oro, sabe
bien a que me refiero. Pero aquí, y con mucho pesar debo expresarlo, no ha
logrado ese objetivo. Cada actor al encarar un texto serio, sea del genero que
fuere, tiene un objetivo, que es transmitir al público la esencia del personaje
que le toco en suerte. A veces los personajes son simpáticos, a veces tiernos,
a veces nefastos, pero siempre son humanos. Acudiendo al método que haya
estudiado y con el cual se sienta más cómodos trabajando, el actor, con su arma
de trabajo que es su cuerpo, debe convencernos a los espectadores de la
felicidad, desesperación, pasión o desazón que este viviendo el personaje.
Chávez
aquí no logra ese objetivo. No logra transmitir ni la esencia del personaje
ni las sensaciones que le provoca la historia que vive. Eximio actor como
es, su interpretación es correcta, sobria (quizá por demás), pronuncia cada
texto de modo preciso. Pero no logra transmitir el dramatismo que exige la
obra, y me arriesgo a decir que esto se debe a que no logro encontrar al
personaje. En definitiva, su personaje carece de identidad. También es innegable
que Viviana Saccone es una muy buena actriz, pero tampoco parece haber hallado
a esa esposa burguesa cuya vida se hace pedazos ante la situación que debe
enfrentar. Una gran falla se encuentra en la falta de conexión entre los dos
protagonistas. Esto es esencial de lograr teniendo en cuenta que la mayor parte
de la obra se centra en el dialogo mediante el cual Charlie intenta explicarle
a su esposa lo que siente por el animal en cuestión. Hay escenas de violencia,
de desesperación y locura en las que la conexión es imprescindible para que
resulten creíbles. En el caso, los actores actúan solos, y pasan de la quietud
a la exacerbación injustificadamente. Basta para comprobarlo ver la escena
donde Saccone destruye jarrones y demás adornos del living donde transcurre
toda la obra para darse uno cuenta que no hay dominio de las profundidades por
las que navega el personaje. Hay situaciones que resultan desencajadas. Quizá
Cecilia Roth, quien iba a encarar ese personaje desde un principio, sea más
adecuada para llevarlo a escena teniendo presente el histrionismo a veces
desmedido que utiliza para crear personajes que se encuentran tan al borde de
la desesperación. La falta de conexión resulta en que no se encuentra lograda
la relación conyugal, tampoco la que ambos esposos mantienen con su hijo, un
joven de diecisiete años que acaba de asumir su homosexualidad bajo la aceptación
de sus padres pero que siente una gran falta de afecto y atención. Quien
precisamente sale más perjudicado en la puesta es el joven Garcia Rosa, quien
debuta en escena con un personaje de gran complejidad que transita las
mas dramáticas situaciones que van desde la violencia hasta ciertos impulsos
incestuosos. Quien vea la interpretación de este joven actor que das su primer
paso en calle Corrientes, junto a un monstruo de la escena nacional, y con la
carga de encarnar tan delicado papel, se cuestionara su falta de oficio o
hasta de condiciones. Si alguien quiso ayudarlo o darle una oportunidad al
brindarle un protagónico de tanta magnitud, lo único que ha logrado es exponer
ante cientos de personas limitaciones que deben superarse mediante mucho
estudio, si se decide que tiene aptitud para la dura carrera que es la actuación
profesional. Claro que no es su responsabilidad. Desde el punto de vista narrativa,
llegada la escena final, se tiene la sensación de que a la obra le falta un
acto mas, donde se cierren las metáforas que plantea la obra y se transmitan
los mensajes que deben ir mas allá de ver a un hombre contando el tórrido
romance que mantiene con una cabra. En lo que hace a la puesta en sí, las
tenues luces y el living familiar flanqueado por una gran biblioteca híper
utilizada en escena da, en un pequeño escenario como es el del teatro Tabaris,
cierta sensación claustrofóbica que pueden llegar a jugar un tanto en contra en
una obra de esta densidad. Luego de todas estas conclusiones, me vuelve a la
cabeza la idea de cierta omnipotencia al escogerse un libro tan complejo (Albee
escribía en los años sesenta, donde determinados temas suscitaban una
controversia de tal magnitud que por sí sola podía servir de basamento
argumentativo de una pieza digna de ser premiada. Véase sino Quien le teme a
Virginia Wolf, sostenida por lo escandaloso que para la época era que marido y
mujer se insultaran como lo hacían en la obra), encarar el rol protagónico, la dirección
de actores y escoger un elenco sin tener del todo claro si eran adecuados para
los papeles que se les asignara. En definitiva, Woody Allen hay uno solo, y
hasta este artista es consciente de cuando actuar y cuando no si él asume la dirección.
Publicado por Oracle