domingo, 6 de mayo de 2012

LA CABRA... O QUIEN ES SYLVIA? (Comentario de Oracle)




Cuando un actor ha sido reconocido y  recibido los máximos galardones en cine, teatro y televisión, cuando se lo considera uno de los mejores, sino el mejor, de su generación, cuando ha transitado con éxito distintos géneros del arte escénico, puede llegar a sentir cierto grado, aunque mínimo, de omnipotencia? Esa pregunta empezó a rondarme por la cabeza ayer por la noche,  mientras promediaba la función de La Cabra… o quien es Sylvia, obra escogida, protagonizada y dirigida por Julio Chávez. Este referente del arte escénico nacional y profesor de actores opto por poner en escena una obra dificilísima, muy arriesgada y en la que, de caer en la menor falla director, interpretes y hasta técnicos, los temas subyacentes que propone su texto fácilmente desaparecen, y nos podemos encontrar con una indefinida pieza más cercana al grotesco que al profundo drama que intenta ser. Charlie (Julio Chávez), un reconocido arquitecto en lo más alto de su carrera profesional, acaba de recibir la noticia que recibirá el premio Pritzker (el nobel de arquitectura). Su vida junto a su esposa Julia (Viviana Saccone) y su hijo Willy (Santiago Garcia Rosa) parece estar en armonía. Sin embargo, Charlie por primera vez oculta algo, un amor, y eso lo perturba. Un amor único que podrá confesar a su mejor amigo Axel (Vando Villamil), quien frente a esa verdad asume la responsabilidad de contárselo a Julia. La naturaleza de ese amor los enfrentara a todos a algo inesperado. Charlie practica el bestialismo. Y no solo eso, está enamorado de la cabra con la que lo practica. El multipremiado Edward Albee, creador de ya  clásicos como Quien le tema a Virginia Wolf o  Delicado Equilibrio (por la que gano el Pulitzer) aborda aquí temas que exceden lo que primeramente puede observarse, a saber el paso del tiempo, la crisis y el vacío existencial, los valores, pero a través de una trama que ciertamente puede resultar poco digerible. Para lograr entonces una efectiva interpretación de la pieza, se necesita mucho trabajo y precisión en las actuaciones, en la dirección de actores, y en cada detalle que va desde la puesta hasta la música, vestuario e iluminación. Por eso una decisión sabia hubiera sido que actor protagónico y director no coincidieran en la misma persona, por mas talentosa que fuera esta. Es innegable que Julio Chávez ha dado una identidad y vida única a cada criatura que ha compuesto.  Cuando lo vemos actuar, solemos ver al personaje, no al actor (haciendo de...). Su trabajo es tan preciso que él como persona se desvanece para convertirse en aquel a quien esta personificando. Quien haya visto Yo soy mi propia mujer, unipersonal por el que gano innumerable premios incluyendo el ACE de oro, sabe bien a que me refiero. Pero aquí, y con mucho pesar debo expresarlo, no ha logrado ese objetivo. Cada actor al encarar un texto serio, sea del genero que fuere, tiene un objetivo, que es transmitir al público la esencia del personaje que le toco en suerte. A veces los personajes son simpáticos, a veces tiernos, a veces nefastos, pero siempre son humanos. Acudiendo al método que haya estudiado y con el cual se sienta más cómodos trabajando, el actor, con su arma de trabajo que es su cuerpo, debe convencernos a los espectadores de la felicidad, desesperación, pasión o desazón que este viviendo el personaje. 



Chávez aquí no logra ese objetivo. No logra transmitir ni la esencia del personaje ni  las sensaciones que le provoca la historia que vive. Eximio actor como es, su interpretación es correcta, sobria (quizá por demás), pronuncia cada texto de modo preciso. Pero no logra transmitir el dramatismo que exige la obra, y me arriesgo a decir que esto se debe a que no logro encontrar al personaje. En definitiva, su personaje carece de identidad. También es innegable que Viviana Saccone es una muy buena actriz, pero tampoco parece haber hallado a esa esposa burguesa cuya vida se hace pedazos ante la situación que debe enfrentar. Una gran falla se encuentra en la falta de conexión entre los dos protagonistas. Esto es esencial de lograr teniendo en cuenta que la mayor parte de la obra se centra en el dialogo mediante el cual Charlie intenta explicarle a su esposa lo que siente por el animal en cuestión. Hay escenas de violencia, de desesperación y locura en las que la conexión es imprescindible para que resulten creíbles. En el caso, los actores actúan solos, y pasan de la quietud a la exacerbación injustificadamente. Basta para comprobarlo ver la escena donde Saccone destruye jarrones y demás adornos del living donde transcurre toda la obra para darse uno cuenta que no hay dominio de las profundidades por las que navega el personaje. Hay situaciones  que resultan desencajadas. Quizá Cecilia Roth, quien iba a encarar ese personaje desde un principio, sea más adecuada para llevarlo a escena teniendo presente el histrionismo a veces desmedido que utiliza para crear personajes que se encuentran tan al borde de la desesperación. La falta de conexión resulta en que no se encuentra lograda la relación conyugal, tampoco la que ambos esposos mantienen con su hijo, un joven de diecisiete años que acaba de asumir su homosexualidad bajo la aceptación de sus padres pero que siente una gran falta de afecto y atención. Quien precisamente sale más perjudicado en la puesta es el joven Garcia Rosa, quien debuta  en escena con un personaje de gran complejidad que transita las mas dramáticas situaciones que van desde la violencia hasta ciertos impulsos incestuosos. Quien vea la interpretación de este joven actor que das su primer paso en calle Corrientes, junto a un monstruo de la escena nacional, y con la carga de encarnar tan delicado papel, se cuestionara su falta de oficio o hasta de condiciones. Si alguien quiso ayudarlo o darle una oportunidad al brindarle un protagónico de tanta magnitud, lo único que ha logrado es exponer ante cientos de personas limitaciones que deben superarse mediante mucho estudio, si se decide que tiene aptitud para la dura carrera que es la actuación profesional. Claro que no es su responsabilidad. Desde el punto de vista narrativa, llegada la escena final, se tiene la sensación de que a la obra le falta un acto mas, donde se cierren las metáforas que plantea la obra y se transmitan los mensajes que deben ir mas allá de ver a un hombre contando el tórrido romance que mantiene con una cabra. En lo que hace a la puesta en sí, las tenues luces y el living familiar flanqueado por una gran biblioteca híper utilizada en escena da, en un pequeño escenario como es el del teatro Tabaris, cierta sensación claustrofóbica que pueden llegar a jugar un tanto en contra en una obra de esta densidad. Luego de todas estas conclusiones, me vuelve a la cabeza la idea de cierta omnipotencia al escogerse un libro tan complejo (Albee escribía en los años sesenta, donde determinados temas suscitaban una controversia de tal magnitud que por sí sola podía servir de basamento argumentativo de una pieza digna de ser premiada. Véase sino Quien le teme a Virginia Wolf, sostenida por lo escandaloso que para la época era que marido y mujer se insultaran como lo hacían en la obra), encarar el rol protagónico, la dirección de actores y escoger un elenco sin tener del todo claro si eran adecuados para los papeles que se les asignara. En definitiva, Woody Allen hay uno solo, y hasta este artista es consciente de cuando actuar y cuando no si él asume la dirección.

Publicado por Oracle


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