Ya desde la génesis misma de la historia del teatro, desde lo que hoy llamamos "carnaval" hasta las más sofisticadas tragedias griegas en las que se utilizaban las tan conocidas máscaras de la alegría o la tristeza, desde el teatro de Epidauros hasta el Metropolitan, desde el Colón al mismo "teatro de barrio" porteño, se respetan ciertas normas que hacen a la esencia misma de esta tan hermosa rama del arte, a saber: -los actores no deben taparse en escena, salvo que el contexto de la escena así lo requiera;-si propongo al auditorio que existe una pared imaginaria que divide los dos ambientes en los cuales transcurre la obra, de ningún modo pueden los personajes verse y hablarse como si la misma de pronto nunca hubiera existido, salvo que el contexto de la escena o la abstracción poética lo permita;-de ningún modo puede dividirse al escenario en dos con un panel de medio metro de vidrio opaco, haciendo que los espectadores que se encuentran ubicados del lado derecho no puedan ver la acción que transcurre en el lado izquierdo del escenario, cuando la platea es de forma semicircular;-si se opta por incluir un desnudo en la obra tratándose de teatro de texto, éste debe tener una mínima justificación y, de optar por ese recurso, todo el auditorio debe poder verlo y no la cuarta parte del mismo por el erróneo lugar donde se lo ubicó; -los actores no deben pisarse la letra unos a otros;-si se cuenta con 7 metros y medio de escenario, no es necesario que los 4 protagonistas de la obra limiten sus desplazamientos en un espacio de 3 metros y medio;Esto, entre mil y una reglas que el director de la obra "Vidas Privadas", José María Muscari, decidió omitir a la hora de montar la puesta en escena de este clásico de Noel Coward (1899-1973). La pieza en cuestión es una comedia que en la década del 30, época en la que se escribió, generó cierto revuelo, en tanto trataba temas como la infidelidad o bien se dejaba vislumbrar un caso de violencia doméstica, pero que hoy día queda desactualizada (tengan en cuenta que Coward hizo debutar a Sir Lawrence Olivier en el teatro comercial, para que se den una idea de la época de la que estamos hablando), por lo que si un productor decide ponerla en escena, necesariamente debe "aggiornarse" mediante una pluma talentosa, cosa que desafortunadamente no se ha dado en la puesta que se comenta. La historia que propone el director comienza en un lujoso hotel de Ibiza. Se intenta recrear dos habitaciones de ese fastuoso lugar mediante dos paneles de vidrio oscuro y un par de mesitas circulares del mismo material que ambientan más a un hotel alojamiento de última categoría que al elegante sitio que propone el texto. Antes que eso, hubiera sido mejor no utilizar escenografía, y confiar únicamente en el talento del elenco elegido para que, mediante histrionismo y emoción, se recree atmósfera propuesta.Lo que más llama la atención es que, reitero, un panel de vidrio oscuro de medio metro de alto divide en dos al escenario durante todo el primer acto, y en muchos momentos los actores están sentados, lo cual hace que si la acción transcurre en el lado derecho, el espectador ubicado en el lado izquierdo pierda toda visión de lo que sucede en la obra. Se preguntarán si esto tenía algún sentido escénico, yo también me lo pregunté, pero me di cuenta que era asignar una intención a algo que sencillamente no la tuvo en ningún momento.
Comenzado el segundo acto, los paneles se levantan para conformar balcones de la lujosa residencia en la que transcurrirá ahora la acción. El problema es que repentinamente comienzan a ingresar al escenario paneles de color naranja y un sillón blanco que logran como mínimo desorientar. A partir de allí, el desplazamiento de los actores se limita mayormente a los 3 metros y medio antes aludidos.Las propuestas teatrales veraniegas suelen sostenerse en la popularidad de sus protagonistas. Por ello, se tiende a realzar su presencia, y si bien uno debe adaptarse a la falaz costumbre de que se aplauda al actor popular antes de que éste haya hecho algo en escena, se espera que esa figura sea cuidada. Lamentablemente en el ensayo general de esta obra no se reparó en la calidad del vestuario. Y desafortunadamente, al ser el teatro Picadilly relativamente pequeño, cualquier espectador pudo notar que el vestido con el que la protagonista entraba a escena se encontraba deshilachado en sus costuras, y que al de la actriz de reparto el cierre sencillamente no cerraba. Debe reconocerse sin embargo que el vestuario de los personajes masculinos era adecuado.Ya en lo que hace a las actuaciones, se sabe que cuando se encara un texto, una cosa es "pasar letra" con énfasis y hasta acudiendo al recurso de la declamación, y otra muy distinta es componer, crear, generar una escena. El primer caso es el que se da los veinte primeros minutos de la obra. Y esto es sencillamente porque, por más talentoso que sea el elenco, si no existe un trabajo de dirección adecuado, los actores acuden desesperadamente a las mejores armas que tienen, y cada uno termina en un campo propio del género en el que es más fuerte (Miguel Angel Rodriguez en el Vaudeville, Georgina Barbarrossa en la comedia Grotesca, y Ma. Fernanda Callejón y Cristian Sancho en la comedia picaresca). O sea, todo deviene en un barco sin capitán en el que la tripulación se desepera por hacer algo para no naufragar.Ante este desamparo actoral, los protagonistas acuden a su oficio de década de trabajo, y los actores de reparto a un compromiso que no puede ponerse en duda. Pero no es suficiente.Un claro ejemplo es que, pasado un momento propio de la comedia de enredos, seguido por otro similar al grotesco, se llega a una inexplicable situación sumamente dramática y violenta totalmente descolgada, que nada aporta a la historia. La única ocasión en que la obra logra crear un clímax se da en unos pasajes en los que Callejón y Sancho pronuncian sus textos sentados en el proscenio del escenario, lamentándose sobre los amores que no fueron, y lo que esperaban de ellos, mientras Rodriguez y Barbarrossa bailan un vals bajo unas ténues luces.El resto, una multitud de obviedades, gags y mohines efectistas que no hacen más que llenar el vacío dejado por la falta de dirección.Termina la obra repentinamente y uno se queda con la sensación de que no sabe qué fue a ver. Si reirse o incurrir en ira por la estafa sufrida. El problema no es que este tipo de obras se encuentre en calle Corrientes (tiene que haber un espacio para todo, se suele decir), el problema es que se venda como teatro profesional algo que no pasa de "teatro de barrio" (sin desmerecer a este último, claro está).
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